Las Aguas Milagrosas Y La Mina
Published by MAC on 2007-06-12Source: http://www.larepublica.com.pe
Las aguas milagrosas y la mina
El centro de operaciones de la minera Majaz está ubicado en la comunidad de Yanta en Piura, donde la población teme por la contaminación y la disminución de las aguas de los ríos.
Diario La República, Perú
12 de junio, 07
Por Milagros Salazar, Enviada especial - http://www.larepublica.com.pe
Hay caminos largos que solo se pueden recorrer a paso de equilibrista cercado por miradas de desconfianza y precipicios. Que desafían al caminante hasta en la hora de la despedida. Solo así pudimos emprender el viaje desde la ciudad de Piura hasta las lagunas medicinales que se encuentran en las partes más altas de la comunidad de Yanta en la Cordillera de los Andes y que rodean al proyecto Río Blanco de la minera Majaz. Los comuneros temen que esas fuentes de agua desaparezcan cuando la compañía empiece a explotar el cobre y molibdeno que esconden estas quebradas. Hasta aquella cima a más de 4 mil metros sobre el nivel del mar desde donde se observa el fortín de Majaz llegamos luego de dos días de viaje en camioneta, a caballo y a pie. Antes, había que sortear algunos obstáculos.
"Si quieren llegar arriba deben tener el permiso de la comunidad. No es así nomás, señorita", desafía Magdiel Carrión, presidente de la Federación Provincial de las Comunidades Campesinas de Ayabaca, a quien encontramos en la ciudad de Piura. Magdiel es el rondero más respetado de Ayabaca y su palabra es ley en Yanta. El hombre endurece el rostro cada vez que Percy, mi reportero gráfico, aprieta el disparador de la cámara. Y recién luego de una hora de un diálogo tenso, autoriza nuestra visita.
Hacia los techos andinos
A las 2 de la madrugada de un viernes helado llegamos a la ciudad de Ayabaca después de cinco horas de viaje en camioneta. A diferencia del recorrido soleado por la comunidad de Segunda y Cajas en Huancabamba, aquí estamos cercados por la neblina. "Esto que ve ya es páramo. Los páramos son nieblas que trae la montaña y que hacen llover durísimo para que crezcan los ríos", dice Modesto Rivera, un poblador del caserío de Hualcuy que se ubica a pocos kilómetros de Yanta. "El proyecto Río Blanco para mí es la muerte porque está ubicado en las nacientes de las aguas. A la hora que saquen el mineral van a tumbar los árboles que traen las lluvias", asegura Pascual Rosales, el presidente de rondas de la zona.
Aquí la población señala como principal razón para oponerse al proyecto de Majaz la defensa del medio ambiente, no los enfrentamientos entre los comuneros que defienden y rechazan a la minería como sucede en Segunda Cajas. "Aquí no hay división del pueblo, todos nos enfrentamos a la mina", agrega Modesto Rivera.
A las 9 de la mañana llegamos al caserío Portachuelo en el corazón de Yanta. Ahí cerca de 40 campesinos esperan a los miembros del área de justicia y paz de la Diócesis de Chulucanas para participar en un taller sobre desarrollo sostenible. Las miradas se concentran en mi libreta de apuntes y en la cámara fotográfica. "No queremos la minería porque arriba están las cordilleras que son como el techo de una casa, al haber el tajo abierto nuestras aguas se volverán ácidas y sin ríos no hay agua, agricultura ni animales", asegura Senesio Jiménez, el presidente de la comunidad. Con su venia, avanzamos hacia las alturas.
En Portachuelo acaba la trocha y debemos reemplazar la camioneta por una mula y un caballo rumbo al último caserío de Yanta, donde acaba la vida peruana por la sierra de Ayabaca al límite con el Ecuador: Cabuyal. Un comunero diestro sobre la bestia puede hacer el camino de Portachuelo hasta este pueblo en cuatro horas, nosotros lo hacemos en seis. Llegamos en medio de la oscuridad a la casa del teniente gobernador de Cabuyal, Baltazar López, donde descansamos hasta que el gallo cante a las 3 de la madrugada. Con su mechero en la mano, don "Baldo", que así le dicen al teniente gobernador, nos despierta: es la hora de prepararnos para emprender el camino a las lagunas. Un caballo negro me espera en el patio iluminado por la luna llena con una alforja de fiambre que la esposa de don "Baldo" ha preparado para el camino. Son las 5 y 30 de la mañana y el teniente gobernador nos deja en manos de su comisario, Nicomedes Román, un joven de apenas 21 años que se convertirá en nuestro guía hasta donde el cuerpo aguante. En el trayecto se nos unen Obidio Chocán, otro muchacho recio del pueblo, y el bueno de Germán Jiménez.
El sol se asoma. Llevamos tres horas subiendo quebradas y sorteando caminos estrechos. Mi caballo trastabilla sobre las rocas, el lodo y al ras del precipicio. Soy un manojo de nervios. "Vamos a entrar a los bosques de neblina, aquí vive la sachavaca, el oso de anteojos. Estos bosques crecen por la lluvia de los páramos", dice don Germán. La tierra es lodosa y huele a guano. Pocos metros más arriba dejamos los caballos para completar el camino a pie. Hay un viento de puna que congela los huesos y nos hace tropezar. "Arriba el frío muerde", nos había advertido don "Baldo". El corazón se acelera y se reconforta al ver la primera laguna: Mateo, que según los comuneros da origen al río Tomayaco que baña sus chacras. "Bonita había sido la laguna ¿di? Si desaparece ya no tendremos vida", le dice Nicomedes a Obidio. Por primera vez llegaba a las alturas de su pueblo. Dos horas más de camino sobre el cerro Negro y aparece una fuente de agua hermosa: la laguna Siete Poderes que es la madre del río Aranza y se encuentra al pie de la Cordillera de los Andes, desde donde se puede ver el campamento minero en las tierras de Yanta. El viento es cada vez más intenso. "Calma, cerro santero, calma", dice Nicomedes agitando unas hierbas como si fuera un chamán. Estas quebradas están llenas de plantas medicinales como la Chupalla de Oro que calma los dolores de huesos.
Para el gerente de operaciones de Majaz, Andrew Bristow, los temores al daño ambiental no tienen asidero debido a que la mina operará cerca del río Blanco que vienen del Atlántico y no dan origen a los ríos que irrigan los terrenos de Yanta. Un reciente informe de la organización británica Perú Support Group (PSG) asegura que la contaminación no se produciría por el manejo del cianuro o el mercurio durante la explotación del mineral, sino por el drenaje de las aguas ácidas de la mina provocado por los desechos de las operaciones.
Drenaje ácido
Según los planes de la empresa, los desechos serán apilados en seco en los valles contiguos a la mina, y los arroyos serán derivados por un conducto que pasará justamente por debajo de los desechos. En este proceso, señala PSG, las aguas de los arroyos podrían ser contaminadas y generar un daño que puede durar décadas, sobre todo en Jaén y San Ignacio en la región Cajamarca porque el río Blanco da origen al río Chinchipe que abastece de agua a estas zonas. Majaz señala en su defensa que se tomarán todas las previsiones y que reforestará doce mil hectáreas de terrenos para que las lluvias no dejen de abastecer de agua a los ríos. Pero los comuneros desconfían de la empresa y de que el Estado fiscalice la protección del medio ambiente. Para ellos, Majaz significa la puerta de entrada para que otras concesiones mineras empiecen a explotarse como las de Newmont, principal accionista de minera Yanacocha.
El sol se ha escondido y la luna no aparece. En plena oscuridad sólo nos queda encomendarnos a los caballos. De regreso a Cabuyal, visitamos al vicepresidente de las rondas campesinas de Yanta, Samuel Córdova, que tiene en su casa una osa de anteojos que acaba de encontrar en la chacra de un familiar. La osa es pequeña y llora como un bebé. Ya en la ciudad de Ayabaca, el dirigente Magdiel Carrión asegura que van a soltar a la osa porque es un animal en extinción que debe vivir en el bosque y no atada con una correa. Magdiel mira las fotos de las lagunas en nuestra laptop y sonríe. Para él era la prueba de que no mentíamos. "Usted tenía que entender que detrás mío hay todo un pueblo. Desconfiamos porque nadie nos trata como si fuéramos peruanos y dueños de estas tierras", explica. Es domingo por la tarde y luego de haber montado 20 horas a caballo, la camioneta que nos conduce a la ciudad de Piura nos parece un avión en primera clase.